Si escarbo en mi memoria, el primer recuerdo de la lluvia que tengo es en Santa Cruz o San Rafael Pie de la Cuesta pero son recuerdos rebuscados. Al pensar en lluvia, el primer recuerdo natural que aflora es de algún texto de Virgilio Rodríguez Macal. Quizás de ahí devenga mi gusto por los temporales.
La tempestad nos asaltó en plena cena en un rancho a orillas del lago de Izabal y no dudo que no haya lugar más idílico para fabricar un recuerdo sobre la lluvia que esa fracción del Caribe. El aguacero no amainó en buen rato. Joaquín ya mostraba signos de sueño por lo que, en vista que la lluvia sería cosa de toda la noche, pedí una toalla para envolverlo y llevármelo a la pieza, no obstante, el mesero ofreció un paraguas.
La tempestad nos asaltó en plena cena en un rancho a orillas del lago de Izabal y no dudo que no haya lugar más idílico para fabricar un recuerdo sobre la lluvia que esa fracción del Caribe. El aguacero no amainó en buen rato. Joaquín ya mostraba signos de sueño por lo que, en vista que la lluvia sería cosa de toda la noche, pedí una toalla para envolverlo y llevármelo a la pieza, no obstante, el mesero ofreció un paraguas.
Dos recuerdos tengo de la lluvia: el primero todos a bordo del Datsun enfilando de noche desde la capital hacia la casa del Padre Alfonso en San Marcos. El parabrisas era incapaz de evacuar del windshield todo el diluvio que nos caía. Íbamos todos metidos en esa cabina, mi mamá se esmeraba por limpiar el vaho del vidrio con Diego en brazos y a momentos mi papá detenía la marcha a la espera de un relámpago que le indicara la ruta con el reproche de ella que se trataba de un área donde guerrilla y Ejército solían salir al paso a cometer sus atrocidades. Recuerdo bien que por ese entonces, el Ejército había tomado la finca del padre para montar una base militar y desplazado sus vacas a un pedazo de potrero que le habían dejado. Yo no entendía de qué iban las pláticas por lo general dadas a susurros.
Comencé a avanzar bajo la lluvia con Joaquín en brazos y su expresión fue de total asombro, el bebé borró el aburrimiento de su rostro al ver las gotas tan cerca. Con sus manitas buscaba las gotas que amenazaban con atravesar la tela del paraguas, buscaba el chorro que escurría y veía el riachuelo a mis pies escasamente iluminado por un foco que asemejaba un candil en el que se dibujaba un puntillismo al ser golpeado por los goterones cuando discurría lodoso. A la vez le robaba la atención el batir de las palmas por la tempestad.
Su experiencia con la lluvia se reducía a la imagen dibujada a través de la ventana de la casa o del carro. Hoy la lluvia la sentía envuelto en una toalla, oyendo las gotas estrelladas a la tela de la sombrilla. De pronto un rayo rasgaba brevemente en dos el cielo e iluminaba con su destello todo el lago con la forma de trazo de línea de mapa. Todo lo veía, todo lo sentía con los ojos desorbitados y estirando el brazo para también tocarlo.
Su experiencia con la lluvia se reducía a la imagen dibujada a través de la ventana de la casa o del carro. Hoy la lluvia la sentía envuelto en una toalla, oyendo las gotas estrelladas a la tela de la sombrilla. De pronto un rayo rasgaba brevemente en dos el cielo e iluminaba con su destello todo el lago con la forma de trazo de línea de mapa. Todo lo veía, todo lo sentía con los ojos desorbitados y estirando el brazo para también tocarlo.
La llegada fue tortuosa, la tormenta no permitía oír ni la bocina , ni el timbre, o eso dijo el sacerdote cuando mi papá le contaba que casi derribaba el portón a nudillos y silbidos como si aquello fueran los muros de Jericó.
Por fin aquel escándalo llegó a sus oídos y salió enfundado en una capa amarilla. Su semblante era de susto.
Al ver aquella expresión en mi hijo supuse que a falta de poder congelar el momento, podía, al menos alargarlo y decidí entonces pausar mi andar y contemplar ambos la lluvia que había venido a refrescar esos cuarenta grados Celsius que no refrescaba ninguna cerveza.
En un reflector a diez pasos de distancia comenzó a aglomerarase una nube de palomillas que volaban enloquecidas alrededor de su luz. Morían instantes después dejando una alfombra de cadáveres que le habría arrancado las lágrimas a esos animalistas de cristal que ahora pululan. Ese espectáculo también robaba la atención de las pupilas del bebé que contemplaba absorto ese enjambre a media tormenta que moría en el acto.
El sacerdote nos hizo pasar y nos metió a todos en un cuarto y encendió un televisor grande que tenía un volumen exagerado. Mis papás supusieron que aquello era algún tipo de precaución debido a la situacion con los militares y esa fama de comunista que gozaba. Años después, ya en mi adultez, me enteré que el famoso padre era un don Juan y automáticamente entendí, a las décadas, que aquello seguramente era la ocultación de algún affaire.
Continuará